El pasado fin de semana, en un día frío y nevado en Chicago, yo, junto a cientos de personas más, protestamos la decisión de la administración de Trump en anular una guía para maestros y administradores sobre cómo mejor servir a los derechos de los estudiantes transgénero.
Cuando me tocó el turno de subir a la plataforma, estaba muy orgullosa de ver a tantas personas. Cientos de personas habían llegado hasta allí con poca anticipación. Veía en ellos su determinación.
No nos importó que la temperatura estaba a 20 grados o que nuestros dedos estaban congelados. Había un llamado que indicaba que este era el momento de ir a la calle y protestar. De enviar un mensaje de amor y apoyo a los niños de nuestra comunidad. De darle un mensaje a los bullies que van tras nuestros jóvenes.
Y contestamos a ese llamado. En ese momento, yo supe exactamente el mensaje que quería darles a todos los jóvenes transgénero o que no se rigen por estereotipos de género.
Y me acordé de la pesadilla que fue ir a la escuela.
Recuerdo cómo –y con demasiada frecuencia– entrar por las puertas de la escuela era como haber llegado al mismísimo infierno. Recuero el dolor de tratar de ocultar quién era en realidad. Y recuerdo el tormento que sentía por no poder esconderme.
Ahora que miro hacia atrás, todavía no sé cómo sobreviví esos días.
Le digo a toda persona transgénero o gender-nonconforming: yo te veo, yo sé cómo se siente. Yo sé cómo has luchado por ti ante tus amigos, tu familia, tu escuela. Sé cómo has dicho presente y cómo has luchado para lograr cambios.
Y debes saber que tú me inspiras. Me has inspirado a tomar acción. Yo te ayudaré a navegar un mundo que las personas cisgénero nunca conocerán.